Por Lizeth
Fecha: 26 de junio de 2024
Tiempo de lectura: 4 minutos
En 2020 llegamos a este espacio, un poco empujados por la situación global, sí, y con el gran apoyo y responsabilidad de habitar un terreno heredado.
Desde ahí se sucedieron una serie de decisiones y procesos que han dirigido -de forma sinuosa, a veces sin saber el camino exacto, pero siempre con los principios claros- lo que somos hoy y lo que seremos. Nos dieron unas ganas tremendas de dejar por acá -y a la vez compartir con ustedes- el proceso inicial de habitar el huerto, de decidir cómo queríamos habitar, de crear -con nuestros cuerpos- ese hogar que a la vez fuera también espacio para el compartir e intercambiar.
El Taller Rural era un potrero con suelo degradado, con la historia de cambio de uso de suelo más común: lo que fue un bosque fue convertido en un cafetal, que con el paso del tiempo fue convertido en potrero. En una comunidad tradicionalmente rural, pero que se mueve hacia la urbanización.
¿Qué queríamos? Habitar entre la vida desbordante, entre plantas de todas formas, aromas y tamaños junto con la funga, junto con todos los animales no humanos que quisieran también compartir el espacio. Y desde ahí crear, hacer, ser.
Empezamos definiendo los diferentes sitios de la parcelita, que dónde el huerto, que dónde los frutales, que dónde la casa, que cómo el camino. Y le dimos inicio a trabajar la tierra: eliminar el pasto invasivo, hacer curvas de nivel, definir el área de cultivo donde sembrar y reproducir semilla criolla, cuidar del suelo, hacer suelo fértil y lleno de materia orgánica y vida. Luego el espacio donde vivir y, para eso, el trabajo cooperativo con familiares, amigos y vecinos: diseñar el primer lugar de habitación, cortar la madera, cosechar el bambú, cargar los materiales, sacar los niveles, poner las basas, construir.
Así se veía el Taller Rural en 2020, entre marzo y agosto
~El codal en A como augurio de que este espacio iba a ser tomado por las letras~